En el principio... fue la línea de comandos.


Autor: Neal Stephenson.
Aunque me resulta fácil entender el afán de autojustificación que tienen muchas personas, no me resulta tan sencillo comprender porque en ocasiones esa autojustificación viene acompañada por el desdén hacia quienes no siguen a pies juntillas los caminos del autojustificante. EN EL PRINCIPIO FUE LA LINEA DE COMANDOS es la autojustificación de Neal Stephenson respecto a su posturas tecno-ideológicas, del porque usa Linux, porqué toca Windows de cuando en cuando, de porqué tiene tan mala consideración respecto a los sistemas de Apple y porqué le admiran otra serie de sistemas operativos menos conocidos. Que se hable con gracia y amenidad de unas cosas y otras es siempre interesante, todo el mundo tiene algo que aportar y ciertos puntos de vista llegan a ser instructivos, pero lo que no se puede consentir es el poso de cuasi desprecio que se desprenden de muchos párrafos de éste ensayo.

En esencia, la lamentación fundamental de Stephenson respecto a los sistemas operativos comerciales es que ocultan al usuario toda la complejidad de la máquina que los soporta, como si eso no ocurriera con el 99% de las herramientas que usan los humanos en el día a día, y lo malo de esta idea es que es compartida por muchos informáticos que echan pestes de las bonitas pantallas llenas de botones y ventanas y evangelizan casi con fanatismo ciego sobre las bondades de esa línea de comandos, críptica y no menos exasperante que cualquier otra forma de interactuar con un ordenador, una máquina de tal complejidad que ni siquiera los ingenieros que diseñan alguna de sus partes tienen conocimientos suficientes como para llegar a comprender el todo.

Stephenson y sus seguidores parecen olvidar, e incluso parecen ocultar, que la historia de la ingeniería se reduce a simplificar la forma en la que los humanos interactúan con las máquinas. ¿Es eso malo? Aparentemente, según los seguidores de la línea de comandos si, idiotiza al usuario y le convierte en poco menos que un mono que pulsa botones a la espera que alguno deje caer un plátano, su ideal es que el mono busque cajas, las apile, las apuntale y gracias a la estructura construida sea capaz por si mismo de llegar a los plátanos. La cuestión es que no se paran a preguntar al mono que prefiere, si pulsar el botón o convertirse en poco menos que un arquitecto. En lo que a mi respecta la respuesta parece clara; ante todo, el mono quiere el plátano, y si para conseguirlo puede eludir las complejidades de la resistencia de materiales y la dinámica del equilibrio lo hará.

Por otro lado, aunque es uno de sus caballos de batalla, también soslaya sistemáticamente el grado de metaforización que debe tener la relación del hombre con la máquina. Según Stephenson la metáfora de los entornos gráficos alejan al usuario de su máquina. Falaz. La propia línea de comandos es una metáfora del auténtico lenguaje de la máquina, eso lo deja caer en algunos pasajes pero pasa de puntillas para introducir otras disgresiones, olvidando deliberadamente que lo que hace el ordenador está tan lejos de la experiencia humana que hay que trasladar la interacción hombre-máquina a algo que esté más cerca de la experiencia del hombre que de las capacidades de la máquina, y en ese sentido, los entornos gráficos y sus metáforas son del todo imprescindibles.

Yo, personalmente, he programado ordenadores bit a bit, escribiendo previamente el programa en un papel, codificándolo a mano en binario y componiendo cada palabra (el concepto de byte se suele aplicar a las palabras de 8 bits, aquellas eran de 12 bits) en una hilera de pulsadores, una a una, validándolas y grabando cuanto antes el resultado en una cinta magnética antes de que un accidente arruinara las horas de trabajo. Con todo, aquello era un entorno dactilar, un parche lógico adosado en aquella máquina de forma que se que evitara su más tedioso aún método original de programación; el cableado de la lógica del programa.

De entre la infinidad de internautas apenas unos pocos querría entrar en esa dinámica de locura, les importa bien poco cómo está programado su navegador, exactamente el mismo interés que tienen por saber como son las tripas de una batidora; si el navegador navega y la batidora bate está todo bien, si no lo hacen, hay técnicos especializados que si saben que debe hacerse para que todo vuelva a la normalidad. Sin más preocupaciones.

A todo esto, Stephenson mezcla su adoración por la línea de comandos con el movimiento del software libre. Este tipo de ensayos son quizá los que más daño hacen al concepto de software libre, sugieren alegremente que debería ser el usuario, destornillador en mano, quien solucionara sus propios problemas ante el ordenador, quitando y poniendo chips y dejándose las yemas de los dedos en luchas memorables contra los punteros de C. Bien está que técnicos y curiosos tengan posibilidad de hacerlo, pero proclamar que debería ser el usuario, que desde hace algunos siglos ya no se hornea su pan ni se repara sus zapatos, quien se convierta en un experto en informática de bajo nivel, hace huir espantados a miles de potenciales usuarios, amedrentados ante el mensaje y si algo se te rompe, tienes que arreglarlo con tus propias manos que es en lo que traducen el si algo se te rompe, y si quieres, puedes arreglarlo con tus propias manos original.

Independientemente de todo esto, EN EL PRINCIPIO FUE LA LINEA DE COMANDOS es un ensayo sobrevalorado, disperso, sin un objetivo concreto más allá de exponer las experiencias del propio Stephenson y que no llega a ninguna conclusión verdaderamente útil si se exceptúa la asombrosa (o deliberada) incomprensión que demuestra Stephenson de la naturaleza humana; es decir, huir como de la peste de la complejidad.

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